Catalpa bignonioides – fabaceae

Catalpa bignonioides: El Árbol de los Cigarros que Florece en Toledo

En los días cálidos de finales de primavera, cuando muchas especies ya han dejado atrás su floración, un árbol majestuoso empieza a destacar en algunos parques y calles de Toledo. Su copa amplia ofrece sombra generosa, y entre sus hojas grandes y acorazonadas emergen racimos de flores blancas, salpicadas de manchas púrpuras y amarillas, como si fuesen pequeñas orquídeas. Se trata de la Catalpa bignonioides, también conocida como catalpa común, catalpa del sur o, popularmente, el “árbol de los cigarros” por sus largas vainas colgantes que recuerdan a puros secos.

Este árbol, originario del sureste de Estados Unidos, llegó a Europa en el siglo XVIII gracias a los naturalistas británicos, y desde entonces ha conquistado jardines públicos y privados por igual. En Toledo, su presencia es cada vez más frecuente, especialmente en espacios amplios y bien cuidados donde puede desplegar su estructura libremente. Aunque muchas personas la reconocen por su particular aspecto, no todos conocen su historia ni su biología fascinante.

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Un visitante norteamericano con raíces profundas

La catalpa es un árbol decididamente exótico. Su nombre proviene de la lengua de los pueblos indígenas catawba, quienes la cultivaban por razones prácticas y simbólicas. Las semillas llegaron a Europa como parte del gran intercambio botánico del siglo XVIII, cuando coleccionistas y científicos europeos estaban ávidos por descubrir y plantar especies del Nuevo Mundo.

Su adaptación al clima mediterráneo ha sido notable, aunque prefiere suelos frescos y bien drenados. En Toledo, una ciudad marcada por la sequedad estival, la catalpa puede crecer sin problemas si cuenta con riego suficiente durante los meses más calurosos.

Hojas grandes, flores teatrales y frutos colgantes

Una de las características más llamativas de la catalpa son sus hojas: grandes, con forma de corazón, ásperas al tacto y con un olor inconfundible cuando se estrujan. A menudo aparecen dispuestas en verticilos de tres, lo que le da al follaje un aspecto denso y simétrico. En verano, su sombra es espesa y muy apreciada.

Sin embargo, es en la floración donde la catalpa se luce con más fuerza. A diferencia de muchos árboles que florecen en primavera, la catalpa lo hace al final de la estación, entre mayo y julio, lo que le otorga protagonismo cuando otros árboles ya han dejado de destacar. Sus flores, agrupadas en grandes panículas, son blancas con manchas amarillas y púrpuras, y desprenden un aroma suave y agradable.

Una vez pasada la floración, el árbol produce sus curiosos frutos en forma de cápsulas largas y delgadas, que cuelgan como si fueran cigarros secos. Estas vainas pueden medir hasta 50 centímetros y permanecen en el árbol durante buena parte del otoño e incluso el invierno, lo que permite identificarla fácilmente fuera de temporada.

Un árbol que convive con insectos, humanos y memoria fósil

Más allá de su belleza, la catalpa presenta curiosidades ecológicas que la hacen aún más interesante. Sus hojas cuentan con nectarios extraflorales, glándulas que secretan néctar no para polinizar, sino para atraer hormigas. Estas actúan como defensa natural contra plagas, especialmente contra las orugas de la esfinge de la catalpa (Ceratomia catalpae), una especie que se alimenta exclusivamente de sus hojas. El árbol, resistente, tolera bien la defoliación ocasional.

La catalpa también ha sido valorada por su madera ligera pero resistente a la putrefacción, utilizada históricamente en postes, traviesas de ferrocarril y carpintería rústica. Incluso en la pesca deportiva, las orugas de catalpa se han usado como cebo, gracias a su eficacia probada.

Y por si fuera poco, los paleobotánicos han encontrado fósiles de catalpas en Europa que datan de millones de años atrás, lo que sugiere que esta especie, hoy exótica, formó parte de nuestros paisajes antes de desaparecer y ser reintroducida por la acción humana.

En Toledo, una especie con futuro si se planta con cabeza

La Catalpa bignonioides ha encontrado en Toledo un entorno urbano que, con los cuidados adecuados, le permite desarrollarse con vigor. Aunque no es un árbol invasor ni representa una amenaza para la flora autóctona, su plantación debe planificarse bien: sus grandes hojas, flores caídas y frutos pueden ser engorrosos en aceras o calles estrechas, y su ramaje, aunque hermoso, puede volverse quebradizo si no se cuida.

En cambio, en parques como el de la Vega, las Tres Culturas o zonas periurbanas con espacio amplio, se convierte en una opción ornamental ideal. Aporta sombra, interés botánico, valor ecológico y un atractivo estacional que dura casi todo el año.

Conclusión: una joya botánica para mirar de cerca

La catalpa no es un árbol discreto. Es exuberante, aromática, estructuralmente interesante. Aporta una estética que mezcla lo salvaje con lo ornamental. En un mundo que a menudo privilegia la eficiencia sobre la contemplación, detenerse bajo su copa o admirar sus flores es un pequeño acto de reencuentro con la diversidad vegetal y la historia natural.

Si vives en Toledo o visitas la ciudad en los meses cálidos, tal vez ya hayas visto una catalpa sin saberlo. Ahora puedes reconocerla, entenderla y, por qué no, valorarla como parte de ese patrimonio verde que también define nuestras ciudades.

Aprende a identificarla

  • Caduca, simple, opuesta o en verticilos de tres, muy grande, puede llegar a medir hasta 20 x 12 cm.
  • Con largos peciolos redondeados, ovalado-acorazonada y acuminada.
  • El envés presenta un color algo más pálido, ligeramente peloso
  • Nervios fuertemente marcados.
  • Gran panícula terminal, muy ramosas y blancas
  • Con manchitas purpúreas y bandas amarillas en la garganta.
  • En cápsula muy larga, de paredes relativamente delgadas, estrecha y colgante.
  • Casi cilíndrica, de 25 a 35 cm de largo, con valvas hasta de 1,5 cm de ancho.
  • Recuerda a las vainas de las leguminosas.
  • Árbol de copa amplia y ramosa.
  • Puede medir hasta 15 metros de altura.

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