Liquidambar styraciflua – altingiaceae

Liquidámbar styraciflua: El Tesoro Americano que Ilumina Toledo

En los días dorados del otoño toledano, cuando la luz acaricia las murallas milenarias y el aire fresco invita al paseo, un árbol enciende los parques en una explosión de color. En rincones emblemáticos como el Parque de las Tres Culturas, el Paseo de la Vega o la Vega Baja, el Liquidambar styraciflua, conocido comúnmente como liquidámbar, transforma el paisaje con su paleta de amarillos, rojos y púrpuras. Originario del Nuevo Mundo, este “ciudadano americano” ha echado raíces en el corazón de Castilla-La Mancha, donde ya es parte inseparable del otoño urbano.

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Retrato de un gigante estrellado

El liquidámbar es un árbol caducifolio de imponente estatura. Puede alcanzar entre 15 y 35 metros de altura en cultivo y superar los 40 metros en su hábitat natural. Su forma es piramidal en la juventud y más abierta al madurar. Sus hojas, dispuestas de forma alterna y con 5 a 7 lóbulos puntiagudos, recuerdan estrellas y, en otoño, se convierten en un espectáculo multicolor.

Uno de sus signos distintivos son las “crestas de corcho” que aparecen en las ramas jóvenes. Sus frutos, las famosas gumballs, son cápsulas leñosas, globosas y espinosas que cuelgan como adornos durante el invierno.

El significado oculto tras su nombre

El nombre científico Liquidambar styraciflua es tan evocador como descriptivo. “Liquidambar” combina el latín liquidus (líquido) y el árabe ámbar, en referencia a la resina espesa y fragante que exuda su corteza cuando se hiere. El término “styraciflua” proviene del latín styrax (estoraque) —una resina dulce y aromática similar al incienso— y fluo (fluir), lo que se traduce como “que fluye con estoraque”.

En otras palabras, su nombre alude directamente a una de sus cualidades más apreciadas desde tiempos antiguos: la capacidad de producir una resina perfumada, usada en rituales, medicina y perfumería. No es solo un nombre científico, sino una pequeña historia de sus usos y su esencia encapsulada en latín.

Liquidámbar vs. arce: el secreto está en la rama

A simple vista, no es raro que el liquidámbar se confunda con el arce (Acer), especialmente en otoño, cuando ambos despliegan hojas con forma estrellada y colores intensos. Esta similitud ha llevado a muchos paseantes y aficionados a la botánica urbana a equivocarse. Sin embargo, existe una diferencia clave y fácil de detectar: la disposición de las hojas en la rama.

En los arces, las hojas crecen en pares opuestos; es decir, dos hojas nacen exactamente del mismo punto, una frente a la otra. En cambio, en el liquidámbar, las hojas se disponen de forma alterna, creciendo una tras otra en un patrón de zigzag a lo largo de la rama.

Este detalle botánico, sutil pero definitivo, permite diferenciarlos con un simple vistazo. No hace falta ser experto: basta con observar cómo se colocan las hojas para descubrir si se está frente a un arce canadiense o a un liquidámbar americano. Así, un paseo otoñal se convierte en una oportunidad para afinar la mirada y reconectar con la naturaleza desde el conocimiento.

La ciencia detrás del otoño

El espectáculo cromático del liquidámbar en otoño no es fruto del azar ni de la magia, sino el resultado de una fascinante transformación química. Cada hoja es un pequeño laboratorio donde se produce una coreografía bioquímica que convierte al árbol en una verdadera obra de arte viva.

Durante la primavera y el verano, el verde domina gracias a la clorofila, el pigmento esencial para la fotosíntesis. Pero a medida que los días se acortan y las noches se enfrían, el árbol recibe una señal natural: es hora de prepararse para el invierno. Entonces, la producción de clorofila se detiene y la que ya existe empieza a degradarse. Al desaparecer, otros pigmentos que estaban presentes pero ocultos comienzan a brillar.

Entre ellos, los carotenoides, responsables de los tonos amarillos y anaranjados, siempre han estado en la hoja, pero solo ahora se hacen visibles. Más espectacular aún es la aparición de las antocianinas, pigmentos rojizos y púrpuras que no estaban allí antes: el árbol los fabrica en otoño como respuesta a días soleados seguidos de noches frías. Esta combinación climática atrapa azúcares en la hoja, y su concentración estimula la producción de estos pigmentos vibrantes.

Gracias a esta compleja interacción entre luz, temperatura y química vegetal, cada hoja se convierte en un registro visual del microclima que ha experimentado. Por eso, un mismo árbol puede mostrar una increíble gama de colores: hojas exteriores más rojas, interiores más amarillas, cada una con su propia historia.

Así, el liquidámbar no solo adorna el otoño: lo narra.

De Mesoamérica a Toledo: una historia global

Un fósil viviente

El Liquidambar styraciflua es mucho más que un árbol ornamental: es un auténtico fósil viviente. Durante el período Terciario, hace millones de años, el género Liquidambar estaba ampliamente distribuido por todo el hemisferio norte. Sin embargo, las glaciaciones del Cuaternario redujeron drásticamente su área de distribución, y muchas especies desaparecieron. Solo unas pocas lograron sobrevivir en regiones con climas más templados, como refugios naturales.

Hoy, el género subsiste con apenas tres especies principales: L. styraciflua en América, L. orientalis en Turquía y L. formosana en Asia oriental. Estos árboles son vestigios de una flora antigua que dominaron los bosques templados hace millones de años.

Ver un liquidámbar hoy, en un parque de Toledo o en cualquier ciudad, es contemplar un trozo viviente del pasado geológico de la Tierra. Su existencia nos conecta con un tiempo remoto y nos recuerda la extraordinaria capacidad de la naturaleza para resistir y adaptarse a los grandes cambios climáticos.

Un árbol sagrado

Mucho antes de su llegada a Europa, el liquidámbar ya ocupaba un lugar importante en las culturas mesoamericanas. Los aztecas lo conocían como Xochiocotzótl y valoraban profundamente su resina aromática, que utilizaban como incienso en ceremonias religiosas, como ungüento medicinal y en rituales de purificación. También la mezclaban con tabaco para fumarla en actos simbólicos vinculados al poder y la salud espiritual.

Los mayas, por su parte, ofrecían esta resina como parte de sus ofrendas sagradas y la empleaban en prácticas curativas. Diversos códices prehispánicos recogen sus usos para tratar afecciones respiratorias, inflamaciones y problemas de piel. Así, el liquidámbar no solo era un árbol útil, sino una planta sagrada, vinculada al bienestar físico y espiritual de las antiguas civilizaciones americanas.

La conexión toledana

El vínculo entre Toledo y el liquidámbar se remonta al siglo XVI, cuando el médico toledano Francisco Hernández, al servicio de Felipe II, emprendió una expedición científica a la Nueva España. Allí fue uno de los primeros europeos en estudiar y documentar el Liquidambar styraciflua, al que llamó “ámbar líquido de las Indias” por su fragante resina.

Su detallada descripción botánica, publicada años después de su muerte, introdujo este árbol al conocimiento científico europeo. Hoy, siglos más tarde, aquel árbol descrito por un sabio toledano echa raíces en los mismos paseos que él pudo haber recorrido, cerrando un círculo histórico entre ciencia, naturaleza y ciudad.

De resina, perfumes y ebanistería

El liquidámbar ha ofrecido a la humanidad dos dones principales:

  • Su resina aromática, utilizada en perfumería como fijador de fragancias, en cosmética e incluso en medicina tradicional y moderna. Se ha identificado como fuente de ácido shikímico, clave en antivirales como el oseltamivir.

  • Su madera, llamada comercialmente nogal satinado o redgum, se emplea en muebles, chapas, embalajes y decoración interior. Aunque se deforma al secarse y no es ideal para exteriores, su veta rojiza la hace muy apreciada.

Cultivarlo en Toledo: belleza con precaución

Toledo presenta un clima ideal para este árbol: inviernos fríos y veranos calurosos. Pero hay un gran reto: el suelo. La mayoría de los terrenos toledanos son calcáreos y alcalinos, lo que provoca clorosis férrica en el liquidámbar. Para evitarlo, se recomienda:

  • Realizar análisis de pH previo a la plantación.

  • Enmendar el suelo con compost o turba para acidificarlo.

  • Aplicar quelatos de hierro periódicamente.

Además, hay que tener en cuenta sus raíces agresivas y la incomodidad de sus frutos caídos, que pueden dificultar el tránsito peatonal.

Cultivares para cada jardín

Existen variedades seleccionadas según las necesidades del espacio y la estética:

  • ‘Rotundiloba’: sin frutos, ideal para aceras.

  • ‘Gumball’: compacto, perfecto para jardines pequeños.

  • ‘Worplesdon’ y ‘Slender Silhouette’: ornamentales y estrechos, adaptables al paisaje urbano.

Un nuevo protagonista urbano

En Toledo, el liquidámbar está ganando protagonismo. El Ayuntamiento lo ha incorporado a su estrategia de biodiversidad urbana por sus numerosas ventajas:

  • Alta tolerancia a climas extremos.

  • Baja alergenicidad.

  • No invasivo.

  • Bajo mantenimiento.

Ejemplares recientes adornan el Parque de las Tres Culturas (donde se plantaron 75 nuevos árboles de varias especies), la Vega Baja y paseos como el de Recaredo. No figura aún en el catálogo de Árboles Singulares de Castilla-La Mancha, pero los ejemplares actuales podrían ser los monumentales del mañana.

Conclusión: más que un árbol, un legado verde

El Liquidambar styraciflua es un relato viviente. Desde sus raíces en las selvas mesoamericanas hasta su florecimiento en Toledo, este árbol une botánica, historia y modernidad. Es símbolo de resiliencia, de conexión entre mundos y de planificación consciente del entorno urbano.

La próxima vez que vea uno de estos árboles en los parques toledanos, mire más allá de su color. Estará frente a un testigo milenario, a una joya botánica que sigue escribiendo su historia —y la nuestra— con cada hoja que cae.

Aprende a identificarla

  • Son simples y se disponen de forma alterna en la rama. Esta disposición es fundamental para distinguirlo de los arces, cuyas hojas son opuestas.
  • Tienen una forma palmeada muy característica, como una estrella, con entre cinco y siete lóbulos triangulares y puntiagudos.
  • Los bordes de los lóbulos son finamente aserrados.
  • Durante primavera y verano son de un verde oscuro brillante.
  • Una curiosidad: al estrujarlas, desprenden un agradable y distintivo aroma resinoso.
  • Es una especie monoica, lo que significa que el mismo árbol tiene flores masculinas y femeninas, pero en inflorescencias separadas.
  • Son poco vistosas y aparecen en primavera, al mismo tiempo que las hojas nuevas.
  • Las flores masculinas se agrupan en racimos verdosos y erectos; las femeninas cuelgan en pequeñas cabezuelas esféricas.
  • Son unas estructuras secas y capsulares que forman una infrutescencia esférica, leñosa y espinosa. En inglés se les llama “gumball”.
  • Están coronados por el estilo persistente y se abren por dos valvas.
  • Contienen de una a dos semillas angulosas, cada una con un ala membranácea corta.
  • Maduran en otoño y pueden permanecer en el árbol durante gran parte del invierno.
  • Árbol caducifolio.
  • Puede alcanzar entre 15 y 35 metros de altura en cultivo, y superar los 40 metros en su hábitat natural.
  • Su forma juvenil es piramidal y simétrica; en la madurez, su copa se vuelve ovalada y más redondeada.
  • La corteza del tronco puede ser escamosa, lo que es un rasgo distintivo en ejemplares maduros.

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