A veces, los lugares más tranquilos de una ciudad no están en el centro, ni cerca de los grandes monumentos. Están donde la ciudad respira con calma. Así es el Parque de Bélgica, uno de los espacios verdes más jóvenes y serenos de Toledo. Ubicado al norte, en una zona residencial de baja densidad y alejado del bullicio comercial, este parque periurbano de 3,7 hectáreas se ha convertido en un punto de encuentro esencial para muchos toledanos.
Un refugio verde donde el tiempo se desacelera
El Parque de Bélgica ofrece algo cada vez más escaso en las ciudades: silencio y amplitud. Con más de 6.600 m² de praderas de césped, es fácil ver a grupos de jóvenes tumbados al atardecer, a familias disfrutando del fresco o a mayores paseando tranquilamente. En verano, cuando el calor aprieta en el casco histórico, este parque gana protagonismo por su clima más amable, gracias a su situación elevada y a la sombra generosa de sus árboles.
Además, cuenta con instalaciones deportivas y zonas infantiles, lo que lo convierte en un espacio ideal para todas las edades. La presencia de zonas ataludadas y naturales, con un denso pinar de pino piñonero (Pinus pinea L.), añade un toque rústico y natural. Sin embargo, estos taludes, aunque hermosos, presentan un riesgo real de caída de árboles en días de viento fuerte, algo que las autoridades locales ya consideran en sus planes de gestión.
Un pequeño jardín botánico en expansión
Pese a su juventud, el Parque de Bélgica alberga una riqueza botánica sorprendente: 1.070 ejemplares de árboles y arbustos pertenecientes a 30 especies distintas. Entre ellos, destacan los plátanos de sombra (Platanus orientalis), con una impresionante cobertura vegetal de 16.000 m². También están presentes los olivos, encinas, tarays, sabinas rastreras y plantas aromáticas como el romero, dando lugar a un mosaico vegetal que mezcla lo ornamental con lo silvestre.
El Parque de Bélgica: alergias y polen en la ciudad

Pero no todo es color verde en este oasis. El Parque de Bélgica tiene también un reto poco visible pero muy real: su alta alergenicidad. Según el Índice de Alergenicidad Potencial de los Espacios Verdes Urbanos (IUGZA), el parque alcanza un valor de 0,52, lo que lo sitúa en un nivel de riesgo “alto” para personas sensibles al polen.
Las razones de este índice elevado están claras:
- Plátanos de sombra: principales responsables, con un polen muy alergénico y dispersado por el viento.
- Olmos: menos agresivos individualmente, pero abundantes en la ciudad.
- Encinas y pinos: aunque su polen tiene menor impacto, su cantidad y distribución incrementan el riesgo.
- Olivos: polen muy potente, aunque sus ejemplares están más alejados de las zonas de paso.
Además, la densidad vegetal del parque (casi 300 ejemplares por hectárea) y su 86% de cobertura verde maximizan la exposición al polen durante los meses críticos.
¿Y ahora qué? Hacia una planificación más consciente
Este caso plantea una cuestión crucial para el futuro de los espacios verdes urbanos: la necesidad de diseñar parques pensando no solo en la belleza, sino también en la salud pública. Aunque el Ayuntamiento de Toledo se encarga del mantenimiento, aún falta un Plan Director de Arbolado Urbano que permita una gestión más estratégica y sostenible de su vegetación.
Algunas medidas que se proponen desde la botánica urbana incluyen:
- Reducir la plantación de especies anemófilas altamente alergénicas (como los plátanos o los cipreses).
- Fomentar la biodiversidad, evitando grandes grupos de una sola especie.
- Priorizar especies entomófilas, cuyos pólenes no se dispersan fácilmente por el aire.
Un parque para disfrutar… con conciencia
El Parque de Bélgica es sin duda uno de los pulmones verdes más importantes de la Toledo moderna. Ofrece naturaleza, sombra, aire limpio y tranquilidad. Pero también es un recordatorio de que el diseño urbano debe considerar factores como la salud respiratoria, especialmente en un contexto de creciente sensibilización hacia las alergias estacionales.
Disfrutar del parque, sí. Pero también repensarlo y cuidarlo con visión de futuro. Porque los mejores parques no solo son bonitos: también son sostenibles, seguros y saludables para todos.
Paseo por el Parque de Bélgica
Una tarde templada nos invita a explorar uno de los parques más tranquilos de Toledo: el Parque de Bélgica. Nuestro recorrido comienza por la entrada de la calle Reino Unido, la más baja del parque. Desde aquí, el paisaje nos ofrece dos caminos bien diferenciados: una senda sin pavimentar que se adentra al corazón del pinar, y otra, pavimentada, que transcurre paralela a las viviendas de la zona residencial. Hoy, elegimos esta última.
Primera impresión: bienvenida vegetal
Apenas entrar, la vegetación ya nos envuelve. Varios olivos (Olea europaea), con su porte mediterráneo y hojas grisáceas, nos dan la bienvenida. También divisamos algunos elegantes prunus pisardii, con su característico follaje púrpura, que en primavera estallan en flores rosadas. Entre ellos se alzan esbeltos tarays (Tamarix gallica) y, completando la escena, algunos ejemplares del género Populus, aportando dinamismo con sus hojas temblorosas.
Bajo la sombra de los gigantes
El camino pavimentado, que decidimos seguir, está flanqueado por una doble hilera de plátanos de sombra (Platanus orientalis). Sus copas, altas y frondosas, crean un túnel verde que ofrece frescor en los días cálidos. Sin embargo, para las personas alérgicas, esta zona no es la más recomendable: su polen, dispersado por el viento, es uno de los más alergénicos del entorno urbano.
A medida que avanzamos, nos acompañan ciclamores, tuyas y la inesperada presencia del ailanto (Ailanthus altissima), una especie invasora que, pese a su resistencia, plantea desafíos ecológicos por su capacidad de desplazar a la flora autóctona.
Toledo a nuestros pies
Tras un suave ascenso, llegamos a uno de los secretos mejor guardados del parque: el mirador. Desde aquí, se abre ante nosotros una vista impresionante del casco histórico de Toledo, y, en el horizonte, se dibujan los contornos de Montesión, San Bernardo y la Bastida. Un escenario que invita al silencio y a la contemplación, especialmente al atardecer.
Junto a este balcón natural, descubrimos especies más rústicas que resisten bien el clima seco: más olivos y robustas encinas (Quercus ilex) que refuerzan el carácter mediterráneo del lugar.
La vuelta: un viaje más silvestre
Decidimos emprender el regreso por la senda sin pavimentar. Aquí es donde el parque revela su faceta más silvestre y diversa. El aroma a laurel se mezcla con el frescor de los almeces (Celtis australis) y las melias (Melia azedarach), mientras que los madroños (Arbutus unedo) salpican el camino con su verde oscuro, los pirmeros frutos comienzan a vislumbrarse, pero no madurarán hasta otoño. Los tarays vuelven a aparecer, adaptados al terreno seco y a la luz intensa.
En cuanto a arbustos, destaca la presencia constante del aligustre, así como hibiscos, durillos, juníperos e incluso algún cotoneaster, el típico arbusto que en invierno tiñe de rojo el paisaje con sus pequeños frutos.
El pinar y sus cicatrices
La senda nos lleva finalmente a atravesar el pinar, un espacio que, aunque bello, muestra signos evidentes de deterioro. Algunos pinos piñoneros (Pinus pinea) amenazan con caer, inclinados peligrosamente sobre el terreno. La presencia de numerosos tocones —vestigios de árboles ya retirados— nos recuerda que este ecosistema está en proceso de transformación.
No todo son malas noticias: en los últimos meses se ha observado la sustitución progresiva de plátanos de sombra por otras especies, lo que a medio plazo podría traducirse en una reducción del índice IUGZA, es decir, en un entorno menos agresivo para las personas alérgicas.

